martes, 22 de mayo de 2007

Desmontando al filósofo Prigogine

Ante todo, debo disculparme que desde mi insuficiente formación e incompleta información me permita tomar al Sr. Pregogine como cabeza de turco, pero más allá de su prestigio y su indudable capacidad, está en la palestra por decisión propia y la confrontación es... democrática. Sin duda puede resultar algo "fuerte" que me proponga nada menos que desmontarlo en base a la lectura reciente de algunos pocos de sus textos más breves (pero más filosóficos y proféticos), pero no seré capaz ni estoy interesado en hacerlo en los aspectos técnicos donde, por cierto, encuentro cosas por él defendidas que me suenan francamente bien, al menos poética e incluso lógicamente (como su idea de un Universo en permanente evolución; algo para mí obvio en tanto se circunscriba a su dominio y no se pretenda darle una suerte de vida o asignarle un proyecto teleonómico a la materia. Y por lo que yo no utilizaría ese término específico.)

A Prigogine, como a cualquier pensador, habría que estudiarlo más a fondo y poder hablar de sus aportes que los percibo sin poderlos garantizar, es decir, no debería hacer lo que hace él, hasta donde me consta, con Einstein y Monod y alguno que otro de sus oponentes.) Pero sí que me animo a hacer algunas afirmaciones circunscritas lo máximo posible al ámbito sociopolítico, en donde creo que me podré defender aceptablemente y donde incluso me siento capaz de atacar.

Lo primero que salta a la vista son los cierres de las conferencias y textos de Prigogine en donde no tuvo el menor prurito en proponer una suerte de Revolución Democrática de nuevo cuño. Una revolución o evolución quizá que habría de instaurar tal vez una suerte de República de Sabios. De sabios o más bien de científicos-artistas o científicos-poetas.

En primer lugar, dejadme insistir que lo tenía, como todos los que caen en ello, realmente crudo, es decir, que no era sino otra utopía delirante. Y, para colmo, elemental, nada que ver con la profundidad que no me animo a cuestionar en su propio campo y que supongo muy seria, o tanto como lo fueron todas la hipótesis científicas desde que la ciencia se fundó (tan seria como la seriedad de Galileo, por ejemplo.) A la vista de esto, no es extraño que se desee que las cosas sean como lo pide Andrés Ibáñez en ABC Cultural del 19-05-2007, pag. 27, reconociendo acto seguido que ello sería imposible (lo es también desde mi punto de vista que sin embargo no es el mismo):
“Me gustaría hacer un par de observaciones: la primera, que los científicos estudiaran la realidad (...) sin visiones del mundo, sin filosofía, sin creencias, sin ideas preconcebidas. Pero esto es, al parecer, imposible...”
Una utopía contra otra. Sí, porque la de Prigogine es una utopía que además no cuenta con espacio ni siquiera para que sea tergiversada (como sí pudieron serlo la del marxismo o la de la Ilustración, con resultados a la vez necesarios y dolorosos, es decir, lógicos y emocionalmente rechazables, o como lo fue también el cristianismo, también con sus más y sus menos), una utopía para la que no existe espacio (al menos hoy en día, ¡ojo con esto porque nadie debería a afirmar que una tendencia presente y evidente en la sociedad no pueda tener posibilidades nunca jamás de afirmarse; ¡exactamente como podría suceder con una mutación biológica!)

Pero volvamos a Prigogine. Lo mejor, pienso, que podría haber hecho habría sido limitarse al modesto y seguramente importante trabajo de investigación en los límites específicos de la ciencia e incluso de su especialidad, en los límites de lo concreto (que no chato) y de sus extrapolaciones más o menos automáticas en su propio ámbito, pero sin entrar en el diseño de cosmogonías ni retroprofetizaciones deducidas sin más de hipótesis algo endebles en relación con la objetividad (su postulado), o en dibujos de orígenes universales o de supuestas y posibles fases que sólo llevan la discusión poco más que al campo de la etimología y, sobre todo, a realizar arriesgadas y elementales extrapolaciones al campo de lo histórico, lo política y lo social, campos autónomos que van por sus propios derroteros… (respondiendo a sus propias tendencias específicas) y que él sólo ayuda a oscurecer… (con ruido, como se llegó a sugerir en el curso de unos coloquios científicos en los que participó Prigogine en 1985) y mecanicismos apenas remozados y encubiertos. Debió, en fin, contentarse con dirigir sus investigaciones en ese campo de la física que es la termodinámica y en todo caso de los fenómenos singulares de disipación y de inestabilidad, de la irreversibilidad y del tiempo sin materia que prefiera... y que pudo defender con las herramientas de la ciencia y no de la filosofía que no mostró dominar ni haber estudiado en profundidad (y que observara, o… en fin, que imaginara si hubiese preferido hacer una novela o pintar un cuadro, para lo cual hubiese igualmente tenido que esforzarse y dedicar a ello su tiempo), pero que aceptase que no no podía extrapolar sus fantasías al universo del que no sabe ni sabemos casi nada porque, sencillamente, como él mismo dice, sólo tenemos ante nosotros una mísera ventana, y porque nos debemos apoyar en su marco y porque no podemos traspasar sin lastimarnos el cristal cuando la ventana está cerrada, etc., etc. Me refiero a la tan molesta realidad.

Pero no sólo no hizo eso, no sólo fue un poquito inmodesto, sino que arremetió con exabruptos elementales y se manifestó convencido de que bastaba con meter la indeterminación en la naturaleza para que ésta se extiese a la sociedad bajo la forma de libertad humana y democracia (usando estos términos en el sentido más popular imaginable y hasta en contraposición con las definiciones de los más simples diccionarios escolares.)

Con atribuir a la naturaleza los atributos propios de una humanidad ideal la real se volvería automáticamente (o a la fuerza de no ser posible, ¿no, Sr Rousseau redivivo o quizá redivivo Dostoievski?) ideal, moralmente buena, reconvertida en natural como filosofaba, recomendaba, enseñaba y estaba dispuesto a imponer Rousseau. Eso, porque Rousseau también pintó la naturaleza a imagen del ideal de humanidad. La pintó para luego invitar y pretender instaurar su utopía liberal y democrática que él había pensado por todos y para todos por los siglos de los siglos.

¿Es que no dejaremos nunca de repetirnos, de reencarnarnos por así decirlo, de asumir el mismo papel en la escena de la vida que el que ya representaron otros antes que nosotros y sólo para añadir, en el mejor de los casos, algunas improvisaciones?

Ilya Prigogine cayó, así, en una variante del animismo y el antropocentrismo contra el que Monod escribió su "Azar y necesidad" que Prigogine dice que tanto le influyera (?), sólo que dando una vuelta curiosa en plena maniobra: primero puso alma a la materia (la democratiza y humaniza) para luego servírsela como ejemplo a la apabullada humanidad, necesitada al parecer de cada vez más pensamiento elemental y especialmente del que viene entremezclado y recubierto con incomprensibles códigos Da Vinci o con fórmulas confusas e hipotéticas que pocos manejan, menos atienden y unos cuantos se enmarañan en gran medida con la misma gratuidad con que se lee una novela de misterio /lo que en sí mismo no es... pecado.) Así la humanidad se reconciliaría con la naturaleza y se haría más natural y más buena... Es decir, de nuevo el Sr. Rousseau al final de la pirueta. ¡No avanzamos, eh!

Si, además, yo fuera capaz de estudiar con propiedad a Prigogine en su propio campo… o si tuviera la suficiente formación e información como para fiarme de lo que dicen otros científicos (ojo, podrían ser meros expertos interesados, competidores, etc.; habría que investigarlo), me creería eso que dicen algunos (dejo que lo corroboren los que estén preparados y estén interesados en estos aspectos que sin duda importan pero que se me escapan) de que no se aprecian resultados específicos en el campo científico al que propiamente se dedican él y su equipo (véase la nota 1 más abajo tomada del blog de Carlos H. von der Becke, aunque algo pudo haber cambiado desde 1995, por qué no.)

En fin, permeneceré en cierto modo agnóstico o neutral al respecto, sintiéndome inclinado ante la caída en el pensamiento elemental de los Prigogines, que, insisto, sería mejor si se concentrasen con modestia en sus trabajos de investigación concretos en lugar de intentar hacer, y pobremente, filosofía de la naturaleza y sugerencias políticas sin la suficiente formación, ni el rigor, ni siquiera la auténtica responsabilidad. O si no, que estudien y se estudien. Su mente privilegiada podría estar, en todo caso, mucho más aprovechada y los demás tendríamos en torno menos ruido.

Bueno, sirva esto sólo para intentar poner los puntos sobre las íes, entre los cuales hay que contar la evidencia de que también lo último que he dicho, al igual que lo dicho por Andrés Ibáñez, sólo encierran, como ya dije, otras dos utopías de las tantas posibles. ¡Qué remedio, siendo todos humanos e intelectuales modernos!


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Nota: “Y entonces aparecen sus colegas científicos. No los teóricos de los sistemas, sino los expertos en termodinámica, mecánica estadística y formación de patrones. Uno de ellos (P. Hohenberg, co-autor of the última Review of Modern Physics pasa revista al estado del arte en lo referente a formación de patrones y deja que su nombre figure afirmando en Scientific American (Mayo 1995, "From Complexity to Perplexity") que "no conozco ni un solo fenómeno que esta teoría haya logrado explicar."

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